viernes, 9 de agosto de 2013

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

Hola a todos.
En el trozo de hoy, os cuento más cosas acerca de Ana y de cómo nació su pasión por la novela romántica. En esta ocasión, veremos cómo Ana queda prendada de una novela y todo cambia para ella. Esa novela es Olivia y Jai. 
Espero que os guste.

                       Ana siempre había sido una chica muy normal, a pesar de venir de familia adinerada. Tenía veinte años. Y su pasión era la novela romántica. Le gustaba la carrera que estaba estudiando de Filología Hispánica. Y se esforzaba en sacar buenas notas. Por supuesto, a Ana no le costaba nada trabajo sacar buenas notas porque siempre había sido una alumna seria y responsable. Era la mediana de tres hermanos. Y siempre había sido una hija obediente.
            Al llegar a la adolescencia, Ana descubrió las novelas románticas a través de una vecina que le regaló unas cuantas novelitas de la colección Gaviota que había adquirido a través de la revista Garbo, que compraba una vez a la semana. La mujer fue a ver a Ana un día en que la chica estaba guardando reposo en su habitación. Tenía un poco de fiebre. Se trataba de un simple resfriado. Ana no paraba de estornudar. Su padre estaba trabajando. Sus hermanos estaban en clase. Y su madre había bajado a la cocina. La oyó discutir con la chacha. La acabará echando, pensó Ana. Las chicas que trabajaban en su casa limpiándola duraban apenas un suspiro. Su madre era muy intransigente con ellas.
-¡Hola, Anita!-la saludó la vecina, entrando en la habitación-¿Cómo estás hoy? Espero que estés un poquito mejor. ¿No?
            A modo de respuesta, Ana estornudó. Se sonó con un pañuelo de papel. Su vecina frunció el ceño.
-Tengo la nariz entaponada-se quejó la chica-Me echo gotas. ¡Y sigue entaponada! ¡Me voy a volver loca!
            La vecina se sentó a su lado en la cama.
-Esto no es nada-le aseguró-Ya verás cómo se te pasa en un periquete.
-Eso espero-afirmó Ana.
-Dime una cosa. ¿Te aburres?
-¡Por supuesto que me aburro! Pongo la tele. Por las mañanas, veo a Jesús Hermida. Pero…¡Me mareo con sólo verle! ¿Es que no puede tener la cabeza quieta ni un segundo?
            La vecina se echó a reír.
-Bueno, te he traído una cosa-dijo-Espero que te guste. Es para que te distraigas.
-¿Qué me has traído?-quiso saber Ana.
            Su rostro se tornó animado.
-¡Mira!-exclamó la vecina.      
            Le tendió una bolsa. Estaba llena de novelitas de la colección Gaviota. Ana la miró con extrañeza. ¿Para qué iba a querer ella esas novelas? Era un poco raro.


-¡Pero si son muy cortitas!-insistió la vecina-¡No llegan ni a las 120 hoja! Se leen en un periquete.
            Ana le agradeció el regalo. Empezó a leer una de aquellas novelitas. Se llamaba Sentimientos al desnudo. Pronto, quedó atrapada en la trama. En los personajes…Un empresario es secuestrado. La familia vive horas de agonía. La amante del empresario lo está pasando peor que la mujer. La hija se enamora del policía que investiga el caso. Al terminar de leer la historia, Ana quería más.
            De aquella manera, nació su pasión por la novela romántica. Leía todos los libros de aquel género que caían en sus manos. Poco le importaban si eran de 100 hojas. O si tenían 900 hojas. Los leía todos.
            Ana estaba saliendo con Nando, un chico al que conocía desde siempre. Estaba estudiando Ingeniería en la Universidad de Murcia. Sus padres estaban encantados con aquella relación. Decían que hacían una bonita pareja.
            En opinión de su amiga Tania, Nando era el yerno que toda madre desearía tener. El novio ideal para una chica…Ana así lo había creído durante los primeros años de noviazgo. ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? Casi toda la vida…
            Nando poseía una bonita y encantadora sonrisa con unos dientes blancos impolutos. Sus ojos eran de color negro. Y su cabello era de color negro como el azabache. Todo en él era perfecto. Por supuesto, Ana había tenido relaciones sexuales con él. Dentro de su coche…Nando vivía en un piso compartido con otros estudiantes en la Calle del Carmen. Cuando Ana iba a verle, sus compañeros de piso (que eran dos) se ponían a decir burradas. Le decían burradas a Ana.
            La chica no entendía nada. Nando le decía que sus compañeros estaban drogados. O borrachos…O que hacía tiempo que no mojaban. Y se volvían locos al ver a una chica guapa.
            Ana no se consideraba así misma como guapa, especialmente, cuando pensaba en su amiga Tania y en otras chicas de su grupo de amigas con el que estaba saliendo desde que llegó a la adolescencia, antes de descubrir las novelas románticas. Ana siempre había pasado desapercibida. Sentía que no tenía nada que hacer cuando estaba al lado de Tania.
            Su amiga era una joven dotada con un físico espectacular. Su sueño era ser modelo, pero sus padres se lo tenían prohibido. Obviamente, Tania no se había rebelado nunca contra ellos.
            Tania era de estatura más bien mediana, como Ana. Era delgada, aunque estaba bien proporcionada. Sus facciones eran muy finas. Sus ojos eran de color azul intenso. Y su cabello era de color negro intenso, pero lo llevaba siempre corto. Cuando cumplió catorce años, Tania se cortó el pelo. Nunca más se lo dejó crecer.
Tania había estado saliendo con un chico hasta hacía muy poco. Era un pésimo amante, en su opinión. No sabía qué partes de su cuerpo debía de tocar cuando tenían relaciones íntimas. Y tampoco sabía besarla como era debido.
            La noche en que cortaron, Tania llamó a Ana para contárselo.
-¡Por fin lo he dejado!-suspiró Tania en cuanto su amiga descolgó-¡Paso de los tíos! Ni uno solo vale la pena.
-Bueno…-quiso decir Ana.
-El único tío que vale la pena se llama Nando. Y te aconsejo que lo cuides. Hay mucha lagarta por ahí suelta.
-Tania…
            Su amiga había colgado. Tania estaba muy enfadada. Había mucha rabia en su voz. Ana se quedó preocupada por su amiga. Tania era muy alocada. Muy impulsiva…
            Ana siempre había sido la más callada de su pandilla. No poseía una belleza espectacular. Pero no era nada fea. Se podía decir que era una chica del montón. Poseía una larga melena de color castaño. Como el chocolate…Sus ojos eran de color castaño claro. Era de estatura mediana. Cuando salían todos en pandilla, Ana era la que menos hablaba del grupo y prefería escuchar lo que decían los demás. Nando decía que era muy dulce.
            A Ana le costaba mucho trabajo abrirse a los demás. Incluso, cuando estaba con sus amigos, le costaba trabajo entablar conversación con alguno de ellos porque sentía que no tenía nada en común con ellos. Que venían de mundos distintos. La única que hacía un esfuerzo por llegar a entenderla era su amiga Tania, a la que le podía contar todo lo que le pasaba. Pero no siempre podía ser del todo sincera con ella. Había cosas que Tania no entendía. Como su pasión por la novela romántica…
            Ana disfrutaba con aquellas lecturas en la intimidad de su habitación. Se imaginaba así misma siendo la protagonista de aquellas apasionadas historias de amor. Su subgénero favorito en la novela romántica era la novela romántica-histórica. Especialmente, aquellas novelas que transcurrían en el siglo XIX eran sus favoritas. En ocasiones, no salía con sus amigos por leer la última novela que había comprado.
            Una tarde, ella, sus padres y su hermana menor, Bárbara, fueron de compras al Pryca.   
            Bárbara se encaprichó de un suéter que vio.
-Tú ya tienes muchos-afirmó su madre.
-¡Pero es muy bonito!-insistió Bárbara-¿Te has fijado en el color?
-Mujer…-intervino el padre-Un suéter…No creo que la niña esté pidiendo demasiado.


            Mientras sus padres hablaban con Bárbara, Ana se escaqueó hasta la sección de libros.
            Entonces, lo vio.
            El rostro sugerente de una mujer hermosa…El rostro atormentado de un hombre de piel morena…
            La gente pasaba por al lado de aquel libro.
            No le hacía mucho caso. Pero aquella portada despertó la curiosidad de Ana. Se acercó a él. Lo cogió entre sus manos.
            Leyó el título. Olivia y Jai…Su autora se llamaba Rebecca Ryman. Leyó el argumento en la contraportada.
            Una novela romántica que transcurría en La India colonial.
            Tengo que leerlo, decidió Ana. Tiene muy buena pinta. No dejó el libro en su sitio. Fue corriendo a buscar a sus padres y a su hermana. Su madre frunció el ceño al verla llegar con el libro.
-¿Otra novela?-se angustió-¡Tu habitación parece la biblioteca!
-Mujer…-intervino su padre-Déjala que se lo compre. No hace daño a nadie.
-¡Gracias!-exclamó Ana.
-¿Y qué pasa con mi suéter?-insistió Bárbara-¿Me lo vais a comprar? ¿O no me lo vais a comprar?
            Comieron en el Pryca.
            Dieron cuenta cada uno de un plato de calamares a la romana. Bárbara sorbía ruidosamente con su pajita su vaso de Coca-Cola. Su madre la regañó. Su padre, como de costumbre, parecía estar en Babia. Faltaba su hermano. Había salido con su novia. Iban a casarse en breve. Ana abrió el libro. Pensó que a su hermano no se le veía nada contento con su futuro enlace. No quiere a su novia, pensó.
            Empezó a leer. Lo primero que quería era saber si la novela que había comprado valía la pena. ¡2.000 pesetas le había costado!

            La ciudad estaba abrasada por la canícula.
            Las nubes monzónicas, preñadas de lluvia, reverberaban y gruñían por los cielos inflamados de peltre. La bóveda de la tarde, igual que una manta saturada de humedad, se cernía opresiva sobre la tierra y caía encima de los cuerpos y de los espíritus, doblegando incluso la voluntad de los más fuertes.



            Ana pensó que no pintaba nada mal la cosa. Le gustó la descripción que la autora hizo del clima en Calcuta. Tuvo la sensación de que conocía bastante bien aquella ciudad. Fue sólo una simple sensación. Nunca había salido de Murcia más que para viajar a La Manga. Sus padres pasaban allí las vacaciones. Las excursiones escolares no contaban. Y Ana estaba precisamente con aquel dichoso resfriado cuando su clase se marchó de viaje de estudios. Es curioso, pensó Ana. De haberme ido de viaje de estudios, no habría leído una novela romántica. No habría guardado reposo. Mi vida seguiría siendo como era antes. No habría descubierto lo que más me gusta. Mi verdadera pasión...
            Eso había servido para conocer su verdadera pasión. La novela romántica…La había salvado del aburrimiento. La había consolado por no haber podido viajar a Roma. No había visto el Coliseo. Pero había soñado despierta con aquellas hermosas historias de amor.
            Me gustaría conocer Calcuta, pensó Ana.
-No leas ahora-se angustió su madre-¿No ves que vas a manchar el libro?
-¡No veo la hora de empezar a leerlo!-se emocionó Ana-¡Tiene muy buena pinta!
-¿De qué trata?-se interesó Bárbara.
-Es una historia de amor-le explicó Ana-Transcurre en Calcuta, cuando La India era todavía colonia inglesa. Describe muy bien el clima de la ciudad antes de la llegada del monzón.
-El que mejor puede hablar de los climas es José Antonio Maldonado-aseguró Bárbara-¿También sale en el libro?
-No creo que salga. Pero sí sale una mujer que se llama lady Bridget.
-¿Es familia de lady Di?
-No lo creo.
            Ana se sumergió en la lectura. Sonrió al imaginar a Olivia, la protagonista de aquella novela, metida dentro de la acequia. Era una loca temeraria que había querido saltar de nuevo la acequia. Su prima Estelle se rió como una loca al verla toda mojada.
             Llevaba a su cachorro King Charles en brazos. Se refirió a Olivia como Miss Temeraria.
            La actitud de lady Bridget le pareció a Ana muy exagerada. Olivia dijo:
-¡Maldita sea! Estaba condenadamente segura de que Jasmine conseguiría saltar la acequia.
            Jasmine era el nombre de la yegua que estaba montando Olivia. Lady Bridget era la tía materna de Olivia. Y Estelle era la hija de lady Bridget. Por lo visto, para la estirada dama una palabrota era condenadamente. Pensó que, posiblemente, lady Bridget sufriría un infarto de conocer a los malhablados compañeros de piso de Nando. El pensamiento la hizo sonreír.        
-Vámonos-anunció su padre.
                    Ana cerró el libro. Lo apretó muy fuerte contra sí.
-¿Te está gustando?-quiso saber Bárbara.
-¡Es precioso!-contestó Ana, emocionada.          

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