viernes, 26 de julio de 2013

¡HE VUELTO! Y TRAIGO CONMIGO UN NUEVO TROCITO DE "UN SUEÑO HECHO REALIDAD"

Hola a todos.
Como ya os habréis fijado, mis vacaciones hace unos cuantos días que han terminado.
De momento, estoy muy ocupada corrigiendo Cruel destino porque es una historia que me gustaría terminar. También tengo pendiente el final de No te vayas, junto con un epílogo largo que contará la historia de Eunice, la hermana de la protagonista, Amanda.
Pero no me olvido de mi querido fanfic de Olivia y Jai, Un sueño hecho realidad. 
Sin embargo, al estar ocupada con otras cosas, voy a tomarme el fanfic con calma. Tengo otros proyectos en mente, así que este fanfic irá poco a poco. Sin prisas, pero sin pausas.
Hoy, entraremos de lleno en materia. Daniel vivirá el peor momento de su vida al perder a María. Pero no olvida los extraños sueños que tiene con cierta chica rubia.
¿Quién será? ¿Podrá superar el dolor por la pérdida de su mujer?
Lo iremos averiguando con el paso de los días.

     Era un día de otoño de 1990.
                       A Daniel Rodríguez Méndez le habían dado el alta en el hospital. Había pasado ingresado tres meses.
                      Había tenido muchos sueños extraños a lo largo de su estancia en el hospital. Delirios provocados, sin la menor duda, por la gravedad de sus heridas. La enfermera que lo atendía en el turno de noche le informó de que había estado en coma durante algunos días. Lo cual explicaba el porqué de aquellos delirios.
                    Le tocaba enfrentarse a la realidad.
                     Ya no le interesaba la chica que había visto en sus sueños.
                      Había pensado que era un ángel. Él se estaba muriendo. Y aquella hermosa joven lo iba a llevar al Paraíso, donde le esperaban Alejandra y el niño que aún no había nacido. La joven era rubia y su pelo era liso. Lo llevaba suelto. Le llegaba hasta la cintura. Iba vestida como en la serie de Norte y Sur. O algo así...
                   Sus ojos eran de color azul cielo. Tenía un rostro redondo. Igual que la Luna llena...Nunca antes había visto a una chica así, excepto en sus sueños. Pero aquellos delirios eran demasiado reales como para ser calificados como sueños. La joven le hablaba en un inglés perfecto. Y se sorprendía así mismo respondiéndole en el mismo idioma. ¿Dónde cojones estaban? Desde luego, no estaban en Madrid. Había una magnífica mansión. Y ellos estaban en un jardín. Pero no era ningún lugar que Daniel conociera. A lo mejor, lo había visto. Pero por la tele...¡Y no precisamente en Norte y Sur! Trató de hacer memoria. ¿Pabellones lejanos quizás?
                      Cuando, por fin, pudo hablar, preguntó por Alejandra. ¿Cómo estaba ella? ¿Cómo estaba su hijo? ¿Estarían bien los dos? Como pudo, le dio al médico una descripción de su mujer. Pelo oscuro... Esbelta...Las noticias que recibió fueron malas.
-Lo siento, señor-dijo el médico-Me temo que su esposa ha muerto.
                      Se lo comunicó con mucha profesionalidad, sí. Pero también con mucha frialdad...Daniel sintió que las peores de sus pesadillas se habían hecho realidad. María había muerto. ¡Su María! Lanzó un grito desgarrador. Sentía que alguien le estaba clavando un puñal en el corazón. Todavía podía recordar el último beso que le dio María. La última vez que estuvieron juntos. María...¡Su esposa!
                      Una enferma fue a cambiarle el gotero aquella tarde. Le contó que su esposa era muy guapa. Que parecía una novia cuando la vistieron antes de trasladarla al tanatorio. Había acudido mucha gente a despedirse de ella. Debía de ser muy querida.
-¡Váyase a la mierda!-le increpó Daniel.
                      Y rompió a llorar. Le dio un ataque de nervios. Se le descompesó la tensión. Incluso, llegó a subirle el azúcar. La enfermera, alarmada, tuvo que llamar al médico. Éste tuvo que sedar a Daniel para tranquilizarle. El muchacho estaba destrozado. Y lo entendía. Daniel se quedó profundamente dormido. Pero, cuando despertó al día siguiente, todo seguía igual. No se trataba de una pesadilla. María había muerto. Y él estaba en un hospital. Vivo...
                  Nunca más volvería a tener a Alejandra entre sus brazos. Nunca más volvería a ver su cara. Era cierto que su matrimonio había tenido altibajos. Los altibajos, en realidad, siempre habían estado presentes en su relación. Pero eso a él no le había importado. Sólo quería a Alejandra.
                 No quería recuperarse. Lo que quería era morirse. Si se moría, estaría al lado de Alejandra. Nunca más volverían a estar separados. Pero Daniel seguía vivo. Seguía aferrándose a la vida con desesperación. Aún teniendo el corazón destrozado. ¡Estaba vivo! No quería comer. Aún así, terminaba comiendo. Y se maldecía así mismo por ser tan egoísta. Por querer vivir cuando Alejandra ya no estaba a su lado. 
                      Tres meses, pensó Daniel, sentado en aquella cama. Tres meses desde que sufrió aquel accidente. Tres meses desde que su vida se fue a la mierda. ¡Tres jodidos meses! Aún sentía el impacto del coche que venía en dirección contraria contra su Ford Fiesta.
                      Le quedarían numerosas secuelas físicas del accidente. Muchas cicatrices porque había quedado muy mal. Pero las peores secuelas eran las que le quedarían en la mente.
                     Estaba solo.
                     Sus padres habían muerto algún tiempo atrás.
                     Y también estaba muerta Alejandra.
                     El médico entró en la habitación y le dijo que ya había firmado el parte de alta.
-Ya puede irse cuando quiera-le dijo-Y espero no tener que verle por aquí.
                     Le sonreía. Una sonrisa que Daniel interpretó como falsa.
-Gracias por todo-se limitó a decir.
                     No quería regresar a su casa. Alejandra no estaría allí esperándole. Ella le había hablado de empezar a preparar la habitación del crío. Su hijo...
                    Daniel cogió la bolsa en la que había guardado sus cosas.
                    No sólo había muerto Alejandra en aquel jodido accidente.
                    También había muerto el hijo que esperaba.
                    Salió de la habitación con paso cansado.
                   No iba a echar de menos a los médicos ni a las enfermeras del hospital. Se alegraba de poder abandonar aquel lugar que olía a limpieza. No quería regresar a su casa, en el barrio de Malasaña. Porque estaría solo.
                   Las comidas en el hospital eran asquerosas. Los compañeros de habitación o eran unos bordes o querían saber más de la cuenta. Las enfermeras le habían parecido muy pesadas. Una inyección por aquí. Come, que te vas a quedar en los huesos. Y él no quería comer.
                   Bajó en ascensor, junto con otras personas, en medio de un incómodo silencio. Abandonó el ascensor y se dirigió a la puerta de salida. No había nadie fuera esperándole en la calle. Estaba solo. No había llorado desde que el médico le comunicó con voz muy fría que María había muerto.
                  Alejandra...Su Alejandra...El amor de su vida...Su alma gemela...
                   Nunca más volverá a ver sus hermosos ojos de mirada felina. Jamás volverá a besarla. No volverá a ver su cabello de color negro como el carbón. Nunca más volvería a acariciar a aquel pelo. Ni querría jugar con él. Siempre lo llevaba suelto. No volverá a ver su carita ovalada. Ni a tocar su piel blanca. Daniel trató de ser fuerte. Pero Alejandra no estaba allí para abrazarle. No volverá a verla, tan esbelta y tan perfecta. No había mujer más guapa en el mundo que su Alejandra. Se lo decía. Y ella se reiría.
              Ella nunca le mirará con dulzura, como solía mirarle. Ni le sonreirá del modo tan encantador que le sonreía. Todo se había acabado. Su adorada Alejandra se había ido para siempre. A veces, durante el tiempo que permaneció inconsciente tras el accidente, pensó que Alejandra estaba allí. Que le besaba en la mejilla mientras él quería morir. Que ella no se había ido.
              Daniel quería recordar los buenos momentos vividos al lado de su mujer. Quería olvidar las peleas. La incomprensión de Alejandra...La impotencia de pensar que era incapaz de hacerla feliz.
-Tienes que vivir-le había dicho su espíritu.
-No puedo vivir sin ti-había pensado Daniel.
-Lograrás salir adelante aunque yo ya no esté contigo, Dani.
                Todo había sido un sueño. Había despertado y se había dado cuenta de que Alejandra ya no estaba a su lado.
                   No volvería a despertarle soplándole en la nuca, como solía hacer. Su historia de amor había terminado. Un puto coche había aparecido y había matado a Alejandra y a su hijo. Daniel estaba solo. Siempre estaría solo.  
                   ¿Cómo podía seguir viviendo si le faltaba María? Todos los planes que habían hecho de futuro.
                   Llevaban juntos ya siete años, desde el instituto.
                   Hacía cuatro años que se habían ido a vivir juntos.
                   Daniel y Alejandra nunca habían pensado en tener hijos.
                   La noticia del embarazo de Alejandra le había pillado por sorpresa a Daniel. Pero, enseguida, se puso muy contento. Si era niño, sería hincha del Madrid, como lo era él. Y si era niña, pues también, que las niñas podían jugar al fútbol. Le habría enseñado a pintar. Le habría enseñado a cantar. A tocar algún instrumento.
                   Alejandra sólo estaba embarazada de dos meses cuando ocurrió el accidente.
                   Daniel hizo el trayecto del hospital a su casa a pie.
                  No quería coger un taxi.
                    Tuvo que admitir que le daba miedo la idea de meterse dentro de un coche. Pero pensó que no le importaba morir. Alejandra había muerto. ¿Qué sentido tenía la vida si le faltaba su principal razón de ser?
                    Llegó a su casa, un piso bastante bonito. Tenía pocos muebles y muchos cuadros. La cama era una especie de colchón hinchable tirado en mitad del suelo. El grupo de Daniel había firmado un jugoso contrato con una importante productora musical. Pero el contrato se había rescindido tras el accidente.
                    Se dejó caer en una silla que encontró en la salita de estar.
                    Todo lo que estaba allí le recordaba a Alejandra.
                    Nunca le habló de aquellos extraños sueños que tenía. Tenía la sensación de que Alejandra pensaría que le estaba siendo infiel. En los sueños, Daniel se veía así mismo hablando con aquella chica. Era preciosa, lo admitía. Con su pelo rubio...Menudita...No se parecía en nada a Alejandra. Era todo muy raro.
                   Daniel conocía a muchas rubias. Algunas amigas de Alejandra eran rubias. Dos primas suyas eran rubias. Pero la chica que aparecía en sus sueños no tenía nada que ver con ellas. No la había visto en su vida.
                   Y el sueño...Era como estar metido en una serie de la tele. ¡Sólo faltaba la música de violines al fondo! Un escenario exótico...Una magnífica mansión...Trajes sacados de una fiesta de disfraces...Sólo faltaba ver gente llorando y parejas de enamorados jurándose amor eterno entre sollozos. Era un sueño. ¡Pero parecía tan real! Daniel no entendía el significado de aquel sueño.
                   Casi podía verla sentada en el viejo sofá mientras miraba Cristal. Él se reía y le decía que se estaba haciendo vieja. Viendo sólo un estúpido culebrón que le había sorbido el seso a todas las mujeres del país. Ella le decía que debía de ser más como el galán del culebrón, un tal Luis Alfredo.
-Preño a una y me caso con la otra-se burlaba Daniel.
-Se casa con Marión porque ella le dice que el hijo que espera es suyo-le recordaba Alejandra-Pero, en realidad, es del otro.
-¿De qué otro?
-De Gonzalo...
-¿Y a mí qué me importa?
-Debería de importarte.
                 Daniel sintió cómo las lágrimas se agolpaban en los ojos. Un sollozo se escapó de su garganta.
                 No reprimió el llanto.
                 Alejandra...El bebé...Los dos se habían ido. Y él deseaba estar muerto sólo para poder estar con ellos.
                Los días que siguieron fueron un auténtico Infierno.
                   No comió nada.
                   ¡Y eso que la cotorra que vivía enfrente de él iba a preguntarle si quería comer algo! ¿Quién se había creído que era?
                   Daniel no quería mostrarse desagradable con nadie. Sólo quería estar solo. Pero ni eso le respetaban.



                  Una tarde, estaba viendo un video casero en el que aparecía Alejandra cuando sonó el fonopuerta. No quería cogerlo, pero el fonopuerta no paraba de sonar de manera insistente.
                  Era El Largo.
-¡Dani, tío, abre de una puta vez!-le instó desde la calle-¡Que soy yo!
-¡Te he oído!-casi gritó Daniel.
                  El Largo y él eran colegas desde que iban al instituto.
                 Eran casi como hermanos.
                  El Largo había pasado muchas noches en vela en el hospital. Cuando los médicos aseguraban que Daniel no viviría mucho. Por supuesto, negaba el haber llorado por su colega. Siempre había tenido reputación de tío duro. Eso no iba a cambiar. Pero había sufrido al ver a su amigo tan destrozado. No por las heridas sufridas por el accidente...Era por todo. Por la muerte de Alejandra...Por la pérdida del bebé...
                  Se saludaron chocando las manos. Como hacían siempre que se veían.
-¡Joder, tío!-se quejó El Largo-¿Por qué no me has contado que te habían echado del hospital?
-Porque no quería molestarte, tronco-contestó Daniel.
                 Lo hizo pasar dentro.
                 La tele estaba enchufada.
            Se hizo un silencio sepulcral. Se veía a Alejandra en la tele. Estaba cantando la canción de Cristal, que era su favorita.
-Mi vida eres tú-le cantaba a la cámara.
                Era Daniel el que la sujetaba.
-No hace falta que te pregunte cómo estás, colega-admitió El Largo.
-Estoy muy mal, tío-se sinceró Daniel.
               Su amigo apagó la tele, aún con el vídeo encendido.
               Los dos se dejaron caer al suelo.
-¿Estás drogado?-le preguntó El Largo.
-No, pero no por falta de pelas-respondió Daniel-No quiero ni salir a la calle.
               Latas de cerveza vacías y, posiblemente, caducadas, inundaban la salita. Daniel encendió su enésimo cigarrillo. Así había pasado los últimos cuatro días. Fumando, bebiendo cerveza y viendo vídeos caseros.
-¡No puedes seguir así!-afirmó El Largo-¡Esto no es vida!
                Daniel le tuvo que dar la razón. La vida no era vida si Alejandra no estaba a su lado. No podía besarla. No podía abrazarla. No podía acariciarla. ¿Qué le esperaba en los próximos años? La soledad...
A lo mejor, un día, se pegaba un tiro, como había hecho un colega suyo del instituto.
-¡No sé qué hacer!-se sinceró Daniel-Yo antes lo tenía todo. Tenía a Alex. Íbamos a tener un crío. Y...
Pasó aquel puto accidente. Y...
-Ella no querría verte así-le aseguró su amigo-Alex quiere verte fuerte. Entero...
-¡No puedo!-Daniel lloraba amargamente-No puedo estar fuerte. Si no Alex no está conmigo.
                Había decidido que no podía seguir viviendo en aquel piso. Todo estaba lleno de recuerdos de Alejandra.
-Me voy, Largo-decidió.
                Su amigo lo miró pensando que se había vuelto loco.
-¿Cómo que te vas?-se escandalizó-¿Adónde?
-No lo sé-contestó Daniel-Pero yo me las piro. No puedo seguir viviendo aquí.
                Miraba por todas partes y lo único que veía era a Alejandra.
-¡No puedes irte así como así!-insistió El Largo-¿En qué vas a trabajar? ¿De qué vas a vivir?
-Estás empezando a hablar como mi viejo-observó Daniel-Yo sé pintar.
-En tus ratos libres...Pero tú eres cantante.
                 Daniel negó con la cabeza.
                 No podía cantar.
                No podía subirse a un escenario y cantar como cantaba antes. No podía tampoco inspirarse para pintar. Alejandra siempre había sido su Musa. Tanto cuando cantaba como cuando pintaba. Le faltaba el aire. Le faltaba ella. Su mujer...
                ¿Qué iba a hacer sin ella?
-¡Te necesitamos!-insistió El Largo-La banda te necesita, maldita sea. ¡No puedes irte!
-Tú eres un buen cantante-le aseguró Daniel-Y un magnífico compositor...
-Pero no soy como tú.
                   Pero Daniel ya había tomado una decisión.
                   Se iba.
                    Necesitaba poner tierra de por medio.
                  Alejarse de todo lo que le recordaba a Alejandra.
-Has estado viendo demasiada tele-afirmó El Largo-Siempre se ha dicho que ver mucha tele estropea el coco. Y, ahora, es peor todavía. ¡Cadenas privadas! ¿A quién se le ocurre? No les basta con tener La 1 y La 2. Ponen Antena 3, Canal Plus y TeleCinco. Y no sé cuál de las tres es peor. Canal Plus dan casi toda su programación codificada. ¿Quién quiere ver rayas?
-No es por la tele-trató de decirle Daniel, pero su amigo seguía enfrascado en su discurso contra la tele.
-En Telecinco o dan series malas o dan galas malas en las que alguna tía enseña las tetas. Lo cual estaría bien, pero mi novia me capa si se entera. Y en Antena 3 dan sólo programas para moñas
-Y Noche de Lobos...
-¡No puedes irte, Dani, mierda!
-Lo siento, tronco. Pero lo tengo decidido.
                  Daniel se puso de pie y miró con tristeza el piso en el que él y Alejandra habían estado viviendo durante más de dos años. Escuchaba la voz de Alejandra cuando le hablaba. Podía oírla cantar. Incluso podía aspirar su perfume.
                  Su amigo tenía razón. Tenía que ser fuerte.
                  Pero no podía seguir fuerte si seguía viviendo en aquel piso. Tenía que alejarse de allí y de sus recuerdos. Olvidar. Pero nunca olvidaría a Alejandra. Nadie ocupará su lugar, se juró Daniel así mismo. Ella ha sido la única mujer en mi vida. Y lo seguirá siendo. Ninguna otra chica me hará olvidar a Alejandra.

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